ADRIAN DOHERTY, ‘THE STAR WE NEVER SAW’

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Antes de leer esta entrada, vacía la mente y déjate llevar por las palabras, al ritmo de Forever Young de Bob Dylan. Así lo habría querido Adrian Doherty, la estrella del Manchester United que nunca vimos brillar por completo. La leyenda perdida de Old Trafford rescatada por Oliver Kay en su libro, titulado en homenaje al espíritu libre de Doherty.

Dicen quienes compartieron campo con él que no había nadie con el balón en los pies como Adrian Doherty. Que su talento era único, irrepetible, y que difícilmente volveremos a ver algo igual. Ryan Giggs, con humildad, le agradece desde la distancia: “Si él no se hubiera lesionado, yo nunca habría tenido una carrera a tan alto nivel; me habría cerrado la puerta”. Matt Bradley, el hombre que lo descubrió, lo definió como “el mayor talento sobre un campo de fútbol desde George Best”. Brendan Rodgers, que coincidió con él en sus primeros pasos como jugador, recuerda: “Giggs y los hermanos Neville admiten que Doherty era mejor que ellos”.

Pero quienes lo conocieron de verdad aseguran que Adrian Doherty era mucho más que un futbolista extraordinario. Tenía algo especial, una luz propia, un carisma natural. Parecía tocado por una varita mágica: todo lo que hacía, lo hacía bien (menos dibujar, según bromeaba un amigo de la infancia). Aprendió a tocar la guitarra por su cuenta, componía canciones y escribía poesía con una sensibilidad fuera de lo común. Regalaba entradas para Old Trafford al primero que se cruzaba en su camino y se iba al metro a tocar, simplemente por diversión. A los 13 años, en pleno conflicto armado en su pueblo de Strabane, logró lo impensado: detener la atención de un grupo de soldados y ponerse a jugar al fútbol con ellos en plena calle. “Jugaba como Ryan Giggs y tocaba la guitarra como Bob Dylan”, lo resume su ex compañero en el United, Sean McAuley.

“Lo veías en el campo y era veloz, habilidoso, un jugador excelente con ambos pies. Adrian era puro talento natural, hacía que todo pareciera fácil”. Así lo recuerda Sir Alex Ferguson, con una mezcla de admiración y tristeza. “Justo antes de debutar con el primer equipo, se lesionó la rodilla. Fue una verdadera pena”.

Ryan Giggs también lo tiene presente. “Ferguson era durísimo conmigo. Me gritaba varias veces en cada entrenamiento cuando era juvenil. Luego miraba al otro lado del campo y veía que nunca regañaba a Adrian. Claro, siendo sincero, siempre lo hacía todo bien”.

Y es que, por encima incluso de los legendarios Busby Babes, en Manchester se venera a la célebre Class of ’92 —David Beckham, Paul Scholes, Ryan Giggs, Gary y Phil Neville, Nicky Butt… como la mejor generación en la historia del club. Aquellos que llevaron al United a la gloria y cimentaron su camino como el equipo más laureado de Inglaterra y uno de los más grandes del planeta. Han dado entrevistas, grabado documentales y protagonizado películas contando su historia. Pero, tristemente, nadie recuerda a Adrian Doherty. O como le llamaban en Old Trafford: The Doc.

Adrian Doherty no era un futbolista al uso. Pasó algo más de cuatro años de su adolescencia en el Manchester United, con una paga semanal del club, y nunca mostró señales de buscar la grandeza convencional. No tenía tatuajes ni usaba ropa de marca. No le interesaba su imagen, ni lucía peinados de moda. Jamás se le vio con el pelo engominado -la tendencia de entonces- y pasaba frente a los espejos sin prestar atención a su reflejo. Le era indiferente el qué dirán. Algunos lo definían como bohemio. Otros, como hippy. La mayoría coincidía: simplemente era Adrian Doherty.

El chico que nunca sabía dónde había dejado su traje y corbata para los días de concentración. El mismo que, con solo 16 años, bajaba a desayunar en chanclas y pijama con los jugadores del primer equipo, desafiando la norma no escrita de vestir chándal y deportivas. El que se convirtió en el primer futbolista en firmar un contrato profesional con el Manchester United a los 16 años, hito que solo Duncan Edwards había logrado antes.

Doherty nació y creció en Strabane, en plena convulsión por las revueltas entre las dos Irlandas. Creció entre bombas, barricadas y el eco constante de la violencia. Era el segundo de cuatro hermanos, y en casa lo llamaban Aiden. De su padre, Jimmy -ex jugador del Derry City- heredó la pasión por el fútbol y, sobre todo, por el Manchester United. Un legado que prendió con fuerza en el corazón de aquel chico distinto.

Las primeras muestras de su talento emergieron en la escuela primaria, en el colegio St. Mary. Allí se sumó al equipo escolar, compuesto en su mayoría por chicos mayores que él. Pero eso no fue impedimento para que dejara a todos boquiabiertos, desplegando sobre el campo lo que tantas tardes había practicado con su hermano mayor Gareth en el jardín de casa. “Era un crío, más pequeño que todos, pero ya se notaba que era el doble de bueno que el resto”, recuerda su amigo Nial. Una percepción que comparte John Farrell, árbitro habitual de los partidos infantiles locales: “Incluso con ocho o nueve años ya destacaba demasiado. Cogía el balón y… no puedo describirlo. Era como un lagarto, una especie de Johan Cruyff”.

Su padre empezó a comprender el alcance de sus habilidades cuando Adrian tenía apenas once años. Lo veía solo en el jardín, sin público, sin necesidad de impresionar a nadie, simplemente disfrutando con el balón… o con cualquier cosa que pudiera patear. “Remataba de cabeza el balón contra la pared de casa sin dejarlo caer. Podía hacerlo cien, doscientas, trescientas veces seguidas, como si nada. Luego, cuando parecía que no podía ir más allá, dejaba el balón de fútbol, cogía una pelota de tenis y repetía la hazaña. Y no fallaba. Lo hacía parecer la cosa más sencilla del mundo”. Adrian no buscaba llamar la atención. Lo hacía por puro placer. Por el simple gusto de jugar.

A los 12 años, por primera y última vez, un entrenador se atrevió a sacarlo del campo. Fue durante un campus de verano, y Brian McGillon era el encargado de dirigir a los jóvenes en un partido de fútbol gaélico. Adrian no usaba las manos; recorría todo el campo controlando el balón con la cabeza y los pies.

Poco después, volvió a disfrutar del fútbol con el equipo Melvin, donde jugaba desde los 11 años. El entrenador decidió subirlo a la categoría U15, junto a chicos tres y hasta cuatro años mayores. “Adrian destrozó mi carrera como futbolista”, recuerda su hermano mayor entre risas. “Tenía cuatro años menos que yo, y el míster ya me había avisado que lo iba a subir a nuestra categoría. Jugaba en mi misma posición, de extremo derecho, y después del primer partido… ya era su suplente”.

Adrian Doherty se dio a conocer públicamente en Irlanda el 5 de mayo de 1983. Con casi 13 años, el Derry City había acordado disputar un amistoso frente al Nottingham Forest, por entonces dirigido por Brian Clough y considerado uno de los mejores equipos del mundo tras su reciente doble conquista europea. Como antesala al gran evento, se programó un partido entre los U14 del Derry City y un combinado local de la categoría. Allí estaba Adrian Doherty, listo para dejar boquiabierta a una multitud que esperaba ver el plato fuerte del día.

“Para ser sincero, nadie habló del partido entre el Forest y el Derry City aquel día. En boca de todos solo estaba el muchacho que acababan de ver”, recuerda Peter Hutton, jugador-entrenador del equipo local. Y no era para menos. Adrian marcó los dos goles de la victoria ante el Derry U14 -claramente favorito- de una forma que hoy describiríamos como ‘estilo Messi’.

Los goles, por cierto, llegaron a aparecer brevemente en YouTube hace unos años, aunque fueron retirados casi de inmediato por cuestiones de copyright. En esas imágenes se veía a un chico delgado, de piernas larguísimas, sorteando rivales con una agilidad y un control del balón impropios para un niño de apenas 13 años.

La exhibición fue tan descomunal que Brian Clough quedó anonadado. De inmediato envió a su asistente, Liam O’Kane, a establecer contacto con el entorno del chico. Para sorpresa de todos, O’Kane y Jimmy Doherty -padre de Adrian- habían compartido vestuario años atrás en el Derry City, lo que facilitó las cosas. El Nottingham Forest lo tenía claro: quería a Adrian Doherty a toda costa, y se fijó una fecha para realizar una prueba.

Paralelamente, Adrian dejó el Melvin y se incorporó al Moorfield Boys, equipo dirigido por Matt Bradley, un ojeador profesional que había trabajado para el Celtic y varios clubes de la First Division inglesa. “Desde el momento en que lo vi supe que era el mejor chico que había visto desde George Best”, confiesa Bradley.

En realidad, el Arsenal estaba siguiendo a otro jugador: McIvor, compañero de Adrian en el Moorfield. El ojeador John Dillon había sido enviado específicamente para observarlo, pero tras un partido de exhibición, cambió rápidamente el foco. Doherty lo había eclipsado por completo. “Esa misma noche nos llamó y nos dijo que el Arsenal quería ficharle”, recuerda Jimmy Doherty.

Pocos días después, Adrian superó una prueba y al día siguiente ya tenía sobre la mesa una propuesta formal del club londinense. El Forest, que parecía tener ventaja, se había quedado dormido.

Dolido por la situación, Matt Bradley -acérrimo seguidor del Manchester United- decidió actuar. Si le iban a quitar a su joya, al menos que fuera su club el que se beneficiara. Así que escribió una carta directamente a Sir Alex Ferguson. La respuesta no se hizo esperar: el técnico escocés mandó a un ojeador para ver en acción al joven Doherty. Solo bastaron diez minutos para convencerlos. El United quería atar a Adrian.

“Hemos observado a su hijo y queremos ofrecerle un contrato”, le dijo el propio Sir Alex Ferguson a Jimmy Doherty por teléfono. “Cuando evaluamos a un joven, vamos marcando casillas: velocidad, coraje, técnica, fuerza, visión… y algunas más. Con Adrian las hemos marcado todas. Eso es extremadamente raro”. Ni Arsenal ni Nottingham Forest podían competir con eso.

Así, con apenas 14 años, Adrian Doherty se convirtió en jugador del Manchester United -aunque su llegada al club se produciría unos meses más tarde-. Solo se quitaba la camiseta de los Red Devils para enfundarse la de Irlanda del Norte, selección juvenil en la que ya destacaba desde hacía tiempo y donde compartía vestuario con un joven Brendan Rodgers.

En una Irlanda aún profundamente dividida, su condición de católico suponía una barrera. Era el único en toda la plantilla. Aquello generaba tensiones y prejuicios que, sin embargo, se desvanecían en cuanto tocaba el balón. Aun así, ese aislamiento -sumado al nivel limitado de sus compañeros- le hizo plantearse más de una vez cambiar de bando y representar a la República de Irlanda, donde se sentía más aceptado y donde su proyección deportiva podría haber sido aún mayor.

Poco a poco, comenzó a integrarse en la vida del Manchester United. Vivía en un centro junto a otros jóvenes y asistía a concentraciones en las que participaban todas las categorías del club. Pero no fue fácil. Le costaba vivir lejos de casa, tanto que un día pidió permiso para regresar. Ferguson, consciente del talento especial que tenía entre manos -y sabiendo que Adrian no era como los demás-, accedió. Le permitió tomarse un respiro y volver a casa por un tiempo.

Sin embargo, Adrian no quiso regresar al centro de entrenamiento. La morriña que sentía en The Cliff -la residencia del United- le impedía adaptarse. Finalmente, el club hizo una excepción única en su historia: permitió que viviera con unos parientes lejanos que residían no muy lejos del cuartel general del equipo.

Los tiempos en Old Trafford no eran fáciles. En la temporada 1989/90, el equipo rozaba el descenso, y Sir Alex Ferguson estaba en la cuerda floja. Su permanencia como técnico estaba en entredicho, y solo el buen hacer del equipo juvenil, con Adrian Doherty como líder por la derecha y Ryan Giggs por la izquierda, ofrecía una luz de esperanza. Ferguson había invertido mucho tiempo y esfuerzo en los jóvenes, y la directiva lo sabía. Sin embargo, los resultados inmediatos que exigía la grada para el primer equipo no llegaban, y eso pesaba demasiado. Ante la creciente frustración, se sugirió a los aficionados descontentos asistir a los partidos del equipo juvenil, convencidos de que quedarían impresionados por lo que veían. Y así fue. En Manchester entendieron que, si mostraban algo de paciencia, el futuro del club estaba garantizado.

Uno de los seguidores más fieles de esos partidos fue Tony Park. Park, un aficionado célebre del Manchester United, había seguido todas las categorías del club desde que tenía uso de razón. Su colección de libros, recortes, fotos y notas personales sobre cada partido es incalculable, y en lo que respecta a la categoría juvenil, ha sido testigo de casi todos en los últimos 40 años. “Era un demonio de jugador. Si puedes imaginarlo… Coge un poco de Ryan Giggs, un poco de Andrei Kanchelskis y un poco de Cristiano Ronaldo. Mézclalo todo, y ahí tienes a Adrian Doherty”, cuenta Park, quien describe las hazañas de Doherty con el equipo juvenil en sus crónicas.

“Era imparable”, recuerda Tony Park. “Un entrenador me dijo que solo tres jugadores de esa plantilla llegarían al primer nivel: Giggs, Scholes y Doherty. Giggs tenía una zurda fantástica, Scholes era un maestro del control y la constancia, pero Doherty lo tenía todo.”

Gary Neville, dos años menor que Doherty y que ya comenzaba a entrenar y jugar con el primer equipo, también recuerda: “Tenía un talento impresionante. Podía regatear a cualquier jugador, tenía una habilidad excepcional. No he visto nada parecido. Y aunque tienes que tener cuidado al hacer comparaciones, su habilidad era similar a la de Messi.”

Con 16 años y 287 días, Sir Alex Ferguson convocó a Adrian Doherty para una concentración con el primer equipo del Manchester United. Era el jugador más joven en hacerlo desde el mítico Duncan Edwards en 1953. Algunos jugadores de la primera plantilla estaban entre algodones, y si no superaban la prueba física, Adrian estaría en la convocatoria para el partido. Finalmente, no ocurrió, pero Ferguson comenzó a incluirlo en las listas de convocados. Quería que el joven ganara experiencia, pero por el momento rehusaba darle la alternativa en el primer equipo, ya que el equipo juvenil estaba en las fases finales de la FA Cup, y confiaba en que Doherty podría llevarlos al título.

Al final de la temporada 1989/90, Doherty fue llamado a las oficinas del club. Allí, el Manchester United le ofreció un contrato profesional. A excepción del legendario Duncan Edwards, nunca antes ningún jugador había firmado un contrato profesional a tan temprana edad, y mucho menos con las cifras que el club le ofrecía a un joven que aún no había cumplido los 17 años. El contrato incluía 200 libras semanales fijas, más bonus por partidos, victorias y goles, además de una suma de dinero en cifras de cinco dígitos que no se reveló, a pagar al final de cada una de las cinco temporadas.

Sin embargo, Adrian, que jugaba al fútbol por el puro placer de hacerlo, que no buscaba la admiración de los aficionados ni la gloria cuando tenía el balón en los pies, y que solo quería disfrutar del momento para sentirse Forever Young, no dudó en rechazar la oferta. Aunque soñaba con ser el mejor jugador del mundo, nunca perdía la oportunidad de componer canciones o escribir poesía. “No sé dónde quiero estar en los próximos cinco años”, admitió, reflejando una madurez poco común para su edad.

“¿Cuánto quieres firmar?”, preguntó Ferguson.

“Un año, quizás dos”, respondió Doherty.

“Tienes que pensar bien lo que estás diciendo. Es una excelente oferta, hay chicos en tu equipo que darían lo que fuera por un contrato como este”, sugirió el técnico.

Finalmente, Adrian Doherty firmó por tres años, asegurando su futuro en el Manchester United, que ya empezaba a preparar el terreno para su debut oficial con el primer equipo. Pronto, Adrian fue informado de que estaría en una convocatoria para los próximos partidos. No tendría que esperar a que un compañero fallara el examen médico ni al último momento para saber si estaría en el banquillo o en la grada; el día estaba marcado en rojo en su calendario: el 3 de marzo, contra el Everton, sería su debut.

Pero cuando llegó el día, quienes debutaron fueron Ryan Giggs y Darren Ferguson. Doherty, por su parte, observó el partido desde la grada junto a Steve Bruce, Bryan Robson y Mark Hughes, todos lesionados.

“No te preocupes, llegará pronto”, le dijeron los veteranos. Pero Adrian, que arrastraba un ‘pequeño’ problema en la rodilla desde hacía solo 10 días, se cayó de la lista en el último momento. Ese pequeño problema resultó ser mucho más grave de lo que parecía al principio, y terminó por truncar la carrera de un futbolista que nunca llegó a disputar un partido profesional. Fue el mejor jugador que nunca pudimos ver, y del que solo unos pocos afortunados pudieron disfrutar.

“Aún puedo ver, cada día, ese partidillo y el momento exacto en el que Adrian se rompió el cruzado, o lo que fuera que le pasó”, confesó Sir Alex Ferguson en 1999, ocho años después de la lesión, mientras miraba desde su despacho el campo de entrenamiento donde todo ocurrió. Fue el 23 de febrero de 1991, justo una semana antes del partido contra el Everton que Adrian nunca pudo jugar. El equipo juvenil del Manchester United estaba entrenando contra los chicos del Carlisle cuando la rodilla de Doherty hizo ‘BANG’. “No fue falta, simplemente un balón dividido. Fuimos al choque, la rodilla se me torció y me caí. No me dolió, me levanté e intenté correr rápido tras el balón, pero no podía andar”, explicó Doherty.

Jim McGregor, fisioterapeuta del club, sospechó que podría tratarse de una rotura del ligamento cruzado. Sin embargo, nadie entró en pánico. Hasta ese momento, la rotura del ligamento cruzado era una lesión prácticamente desconocida. Los esguinces y las distensiones eran más comunes, y con algo de reposo y rehabilitación, los jugadores podían volver a los campos en unas semanas. Así que, el primer diagnóstico que se le dio a Adrian fue el de un simple esguince, y se le dijo que pronto estaría listo para jugar. Sin embargo, ahora sí, Adrian admitía sentir un dolor insoportable.

El problema fue que nadie, ni siquiera McGregor, incluyó en los informes la posibilidad de que fuera una lesión de ligamento cruzado. Nadie ordenó un escáner, y se le aseguró que solo tenía un esguince, por lo que pronto estaría disponible. El 22 de marzo, su nombre apareció en los titulares del programa del partido de FA Cup juvenil contra el Southampton, pero Adrian nunca jugó ese día.

En mayo, dos meses y medio después de la lesión, Doherty regresó a los campos. Haciendo rehabilitación por su cuenta, sin la orientación del club, Adrian volvió para participar en el torneo Blue Stars, donde los mejores equipos juveniles de Europa se enfrentaban en partidos de 40 minutos. En solo 24 horas, jugó los cuatro partidos, todos completos. Al terminar el torneo y sin apenas tiempo para regresar de Zúrich, fue convocado para un doble amistoso con el primer equipo en Trinidad y Tobago. Sin embargo, debido a la fatiga y la cercanía de la lesión, pidió al club que lo liberara para descansar. Su petición fue rechazada, y Adrian viajó con el equipo, solo para lesionarse nuevamente en el primer partido. Su rodilla no estaba bien.

Se fue de vacaciones, como el resto de la plantilla, y regresó el 24 de julio para comenzar la pretemporada. Fue entonces, cinco meses después de la lesión, cuando el cuerpo médico decidió realizarle una resonancia magnética que reveló una rotura en el ligamento anterior cruzado de su rodilla derecha. Una lesión que, según Jonathan Noble, el médico responsable, no era tan grave, por lo que consideró innecesaria una intervención quirúrgica.

Sin embargo, el 4 de septiembre de 1991, sin signos de mejoría, Noble optó por una artroscopia, que confirmó no solo la rotura del ligamento, sino también un menisco roto. A pesar de esto, Noble mantenía su diagnóstico: no era necesaria una cirugía reconstructiva del ligamento.

De este modo, Doherty enfrentó días, semanas y meses de recuperación, siempre a su manera. Hacía los mismos ejercicios de fuerza, día tras día, hora tras hora, en soledad, mientras en el campo anexo, sus compañeros del primer equipo disfrutaban del balón.

El 7 de diciembre de 1991, Adrian Doherty hizo su reaparición con el equipo reserva. La expectación era enorme por dos razones: ver al joven norirlandés, que estaba en boca de todos, de vuelta, y comprobar si ese pelirrojo apellidado Scholes, que llevaba semanas destacando, realmente era tan bueno. Ian Brunton, especialista del equipo reserva del Manchester durante años, recuerda su regreso como “catastrófico”. “Parecía una sombra del jugador que había visto antes. Esto es normal en jugadores que han estado mucho tiempo sin jugar, pero a él se le veía raro. Ni siquiera su estilo de correr era el mismo”.

11 días después, el 18 de diciembre, el doctor Noble pidió una segunda opinión y decidió operarlo. “O pasas por el quirófano, o no podrás volver a jugar al fútbol”, le dijo el médico. Habían pasado 10 meses desde la lesión y el jugador había reaparecido ya en tres ocasiones, con el ligamento cruzado y el menisco rotos.

Desconfiando de Noble, quien había cambiado de diagnóstico varias veces en poco tiempo, Adrian y su padre decidieron buscar una nueva opinión, que recayó en el cirujano McClelland. “Con la lesión que tenía, mi sensación era que sería muy difícil que volviera a jugar al fútbol a nivel profesional, y que ni siquiera recuperaría su nivel previo”, señaló el doctor. La operación se llevó a cabo en febrero de 1992, un año después de la lesión. Durante los siguientes dos meses, Adrian inició su rehabilitación en su casa, por su cuenta, sin supervisión y de manera rudimentaria, con su padre comprando sacos de boxeo y llenándolos de arena para realizar ejercicios de fuerza.

En abril, regresó a Manchester para comenzar ejercicios con los fisioterapeutas. McGregor opinó que la operación no había sido exitosa, a diferencia de lo que afirmaban los médicos. Un mes después, toda la plantilla y cuerpo técnico se fue de vacaciones. Doherty, que vivía con su amigo Leo en un piso compartido, hizo las maletas y, de un momento a otro, se plantó en Estados Unidos. Mientras tanto, en Manchester, los únicos activos eran los juveniles, que, con Giggs, los Neville, Gillespie, Savage, Beckham, Nicky Butt y Paul Scholes, se alzaban con el título, mientras Doherty se dedicaba a tocar sus canciones en locales de poca monta y recitar sus poemas en los trenes de la Gran Manzana.

Con el fin de las vacaciones, la rutina de gimnasio regresó hasta que, el 30 de enero de 1993, casi dos años después de la lesión, Adrian Doherty recibió el alta: volvería a jugar al fútbol. Sus primeras actuaciones fueron desalentadoras. Se decía que, antes de la lesión, nadie podía arrebatarle el balón cuando iba en carrera, pero ahora parecía otro, totalmente vulnerable, superado por su par. Un jugador mortal con un mal día, pero uno detrás de otro.

Adrian reconoció entonces a su entorno que no estaba 100% recuperado, pero llegó a confesar a su padre que comenzaba a sentir las sensaciones positivas del pasado. Lo hizo tras encadenar algunas buenas actuaciones, y su pasión por el fútbol, que había estado apagada durante dos años, parecía por fin resurgir. Quizás Adrian Doherty, el chico al que le rompieron el corazón al no poder debutar con el Manchester United contra el Everton en marzo de 1991, volvía a sentir el gusanillo del fútbol más de dos años después.

Sin embargo, poco duró su alegría, ya que el Manchester United decidió no renovarle el contrato, y ahí terminó su historia en el club de su vida, aquel del que había sido fan desde niño. “No parecía dolido ni enfadado. Desde el primer día pasó página”, afirman su padre y su madre. Rápidamente entendió y aceptó que el fútbol no sería su vida, y ni siquiera se molestó en buscar un nuevo equipo. Se dedicó por completo a la composición, a su música y a sus poemas. Y nunca más volvió a hablar del Manchester United ni de su pasado como jugador.

La sensación de despecho que no experimentó él, se apoderó de su entorno, que no comprendía cómo, tras dos años de lesión, al club le bastaron cinco partidos para decidir que Adrian Doherty no era un jugador válido. Para colmo, ese mismo mes de mayo, mientras Adrian salía del Manchester United por la puerta de atrás, el equipo se proclamaba campeón de la Liga Inglesa por primera vez desde 1967. Era el inicio de la era exitosa de Ferguson, quien había mantenido su puesto gracias a las actuaciones de Doherty en el equipo juvenil, capaz de sostener, con su talento, el mal rendimiento del primer equipo, apaciguando las críticas. El futuro del Manchester United estaba en sus manos, y él lideraría una generación prometedora.

Cuando las noticias de su salida de Old Trafford llegaron a Irlanda, el Derry City comenzó rápidamente a trabajar para ficharlo. Adrian ya vivía en Preston, y el club le ofreció la opción de no entrenar y acudir solo a los partidos los fines de semana, como una actividad recreativa, ya que la Liga Irlandesa no era profesional. Por defender los colores que una vez llevó su padre, Adrian aceptó la oferta. Roy Coyle, quien estaba al mando del Derry en ese entonces, llamó a Ferguson para preguntar por el estado del jugador, temiendo que se tratara de un joven con aires de grandeza que pudiera alterar el vestuario. “Si consigue estar sano, centrado y motivado, puede jugar a cualquier nivel”, le respondió Ferguson.

Lo que se presentó aquel día en Irlanda fue completamente distinto a lo que Coyle había imaginado. Un joven con ropa ancha de segunda mano, despeinado, con una guitarra a cuestas y un par de botas de fútbol viejas en la mano. “Nada que ver con lo que uno esperaría de un adolescente que ha hecho dinero jugando en el Manchester United”. Después de su primer entrenamiento, nadie dudó: su toque de balón seguía intacto. “No deberías estar aquí. Eres demasiado bueno para nosotros. Deberías estar aterrorizando a las defensas en la Premier League”, le dijo Coyle al día siguiente. El entrenador deseaba que Doherty firmara un contrato largo con el Derry City, pero sentía que su verdadero destino estaba en la Premier League, donde cualquier equipo que no fuera el Manchester United estaría dispuesto a ficharlo.

Sin embargo, tras disputar solo cuatro partidos, Adrian Doherty decidió marcharse. Se sentó con Coyle y le confesó que no podía continuar. “Me dijo que ya no se divertía jugando al fútbol y que el dolor en su rodilla era insoportable. Quería dedicarse a tocar la guitarra”. Y así terminó la carrera profesional de Adrian Doherty, que se limitó a unos pocos partidos amistosos con el primer equipo del Manchester United y cuatro en el Derry City.

Lo que hizo a partir de ahí fue cantar. Aunque no era un gran cantante (pueden encontrarse videos en YouTube donde se le ve con un micrófono en mano), lo suyo era la composición, donde realmente sobresalía. A pesar de no tener la voz de un cantante profesional, fue capaz de crear espectáculos donde la gente se divertía con él, y vivió de ello durante un tiempo. También trabajó en una fábrica de chocolate, como botones en un hotel, en una panadería, como cartero y en una fábrica de metal. Nunca dijo a nadie quién era ni de dónde venía. No mencionó que había sido jugador del Manchester United, ni que había sido considerado el mejor talento de Irlanda y el futuro mejor jugador del mundo.

John O’Connell, el dueño del hotel que le contrató como portero, le ofreció una habitación en su casa para vivir. “Yo siempre veía fútbol. Era la época en la que Manchester United y Newcastle se disputaban todos los títulos. Siempre intentaba que Adrian viera el fútbol conmigo, pero nunca mostró ningún interés”, recuerda. “Me dijo que había trabajado en muchas cosas, pero nunca mencionó su pasado como futbolista”.

Su vida terminaría de la forma más trágica. Después de vivir dos años y medio en Preston y cuatro en Galway, Adrian Doherty decidió mudarse a Holanda, donde había recibido una oferta de trabajo. Quería probar nuevas experiencias y no dudó en hacer las maletas.

El 7 de mayo de 2000, un paciente ingresó en coma en un hospital de La Haya. Presentaba graves daños cerebrales y había estado expuesto a una alta falta de oxígeno tras caer a un canal y quedar inconsciente. No llevaba documentos de identificación, y lo único que se sabía de él, por su apariencia, era que podría ser escocés o irlandés, además de presentar numerosas cicatrices en su rodilla derecha. Adrian Doherty, que no sabía nadar, permaneció sin ser identificado durante cinco días, hasta que su familia, preocupada por su falta de contacto, logró dar con él.

Adrian Doherty falleció el 9 de junio de 2000, justo un día antes de su 27º cumpleaños. Ese mismo año, el Manchester United volvió a conquistar la Premier League, y un año antes, los Neville, Beckham, Scholes y Ryan Giggs, la generación que él estaba destinado a liderar, se coronaron campeones de la Liga de Campeones tras remontar un emocionante duelo contra el Bayern Múnich en el tiempo de descuento. La policía, tras una exhaustiva investigación, determinó que su muerte fue accidental. Casi 100 personas mueren al año en los Países Bajos por causas similares. La tragedia ocurrió cuando Adrian, al correr para coger un tren rumbo al trabajo, resbaló y cayó al canal. Los médicos indicaron que, de haber sobrevivido, podría haber sufrido daños cerebrales irreparables.

En su funeral, su hermano menor, a quien Adrian había enseñado a tocar la guitarra, interpretó para él ‘Forever Young’ de Bob Dylan, su cantante favorito. El Manchester United propuso la creación del Adrian Doherty Trophy, un memorial anual, pero la familia rechazó la idea. En 2007, el club incluyó un artículo en su programa prepartido titulado “Adrian Doherty: The star we never saw”. “Iba a tener una carrera asombrosa. Tenía un talento impresionante, era un jugador habilidoso, no tenía debilidades”, reconoció Gary Neville al ser abordado, justo al final de su exitosa carrera.

La historia de Adrian Doherty perdurará de padres a hijos, de generación en generación, como el relato de lo que pudo ser y nunca fue. Una lesión de rodilla nos impidió ver a un jugador tildado como superlativo, un chico que, según todos los que jugaron con él, era el mejor que habían visto en el campo. El ojito derecho de Sir Alex Ferguson, cuya carrera fue salvada jugando incluso en el equipo juvenil. Ryan Giggs, David Beckham o Paul Scholes eran solo acompañantes, meros teloneros, de un chico capaz de jugar con ambas piernas, correr, cambiar de ritmo cuando lo deseara y regatear en corto sin perder fuerzas.

Cuando Brendan Rodgers llegó al Reading en 1990, allí estaba Jim Leighton, cedido por el Manchester United. Durante una conversación sobre la vida en Old Trafford, la charla tomó otro rumbo. “Le pregunté si conocía a un chico juvenil del que me habían hablado muy bien, y me dijo que no. La misma respuesta obtuve al hablar de otro”, recordaba Rodgers. “Entonces mencioné que conocía a un chico norirlandés llamado Adrian. ¿El Doc? me dijo. El Doc es como una leyenda.”

✍️ Diego García Argota

💻 Juani Guillem

🗓️ (01/04/2017)

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